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Sí, imaginate el título con la voz de la tortuga de Buscando a Nemo. Ése es el acento que suena por aquí en el caribe.

Me separé de todos mis amigos (se volvían a Argentina) y con poco más de una semana hasta mi regreso decidí ir a Playa Blanca, siendo mi última esperanza para encontrar la postal de mar celeste y arenas blancas en Colombia. Me alojo una noche en un hostel de Cartagena, donde dejo la mochila grande y parto con una mochila más chica que además llevaba casi vacía (sin ropa, ni comida ni nada).

Para ir desde Cartagena a la isla de Barú o Playa Blanca, hay unas lanchas que salen 17u$d, pero por supuesto busqué hasta encontrar una opción más barata y me pasaron el dato del bus de línea (1u$d) que te lleva hasta allá.

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Para acceder a la isla, se puede tomar un ferri y un bus local
a 1/4 del precio de las lanchas turísticas
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A las 7:30 tomo el bus con destino a la estación "pasacaballos", el viaje dura alrededor de una hora y media, con el colectivo lleno de gente a más no poder y pasando por zonas nada aconsejables para un turista (creo que ni siquiera para un local). Lo que siempre me gustó de los colectivos de línea es que podés ver un panorama de cómo es la ciudad en realidad, entrando por los distintos barrios y no sólo por el centro más pintoresco.

Cuando llego al lugar donde me tenía que bajar, camino unas 2 cuadras hasta el supuesto lugar donde parte el ferri hacia la isla y no había nada. Alrededor mío se ven unos talleres y un par de colombianos con mirada dudosa (por suerte, lo más valioso que tenía encima eran mis ojotas de 5 pesos).

Camino un poco más y finalmente llego al ferri, en 15 min me cruza a la isla y de ahí tomo una moto-taxi hasta la playa que me costó 4u$d.
 

La isla Barú está dividida en distintos sectores, hay unos poblados en el centro y extremos de la misma, y sobre la playa (a unos 10km del poblado) se encuentran algunos campings, cabañas medio improvisadas en la costa y por supuesto, un súper hotel de 5 estrellas con acceso privado para los más exigentes.

Como llegué a la playa temprano (9:30 AM), no hay casi nadie alrededor, recién se empiezan a armar los puestos de bebidas y campings, me pongo a caminar de punta a punta el lugar para terminar en una hamaca paraguaya que me alquilan por 2u$d por día.




Finalmente, el lugar está hecho especialmente para relajarse, el clima es perfecto, cálido pero no sofocante, el agua transparente invita a meterse a todas horas, incluso a las 2AM para observar el brillo del plancton.

Sin negocios, ni paseos, ni circuitos para visitar, las actividades en Playa Blanca se resumen a disfrutar la jurnada de playa y las noches de cockte
ls a la luz de las velas que invitan los distintos puestos.


En la semana que estuve ahí el tiempo se detiene, por lo general la gente visita la isla por uno o dos días por lo que con otro argentino que estaba ahí hace dos semanas éramos los únicos bicho-raros terminando como invitados en casi todas las comidas de los dueños de cada puesto.



Ah, me olvidaba. Si van a la isla no se pueden perder el cangrejo. Por la mañana un pescador pasa vendiendo Langostas y Cangrejos (todavía vivos) a u$d12 - u$d15; y no sólo los cocina en el momento, sino que me dejó ver cómo se prepara.



Ya le voy a dedicar un post entero, porque es el mejor producto que probé en mi vida. Y creanmé, si un cocinero les dicen que prueben algo, deben probarlo, imaginen que parte de mi trabajo es estar degustando cosas todo el tiempo y de todos los niveles, así que si algo me llama la atención, realmente vale la pena.


Partimos desde Santa Marta hacia Tayrona; mis amigos lo tenían como uno de los destinos para visitar en el viaje, pero luego de las desilusiones que recibí en Cartagena y Santa Marta, no me encontraba tan motivado, ni siquiera sabía que era un parque protegido, pensé que era como un pueblo o ciudad con playa.

Luego de unas 4hs de viaje llegamos a la entrada del parque, en teoría eran 2.30hs, pero en Colombia todo es así, si te dicen que demora cierto tiempo, calculale el doble.

Todo lo que encontramos allí fue excelente, una vez que llegamos, debimos caminar unas 2hs por la selva tropical hasta la zona donde se encuentran los campings, pronto oscurecería por lo que no podíamos divergir mucho del sendero.



Desde el primer paso, el parque invita a caminar




El camino está bien marcado, hace calor pero los árboles altos proporcionan sombra y a su vez permiten que corra el aire, por lo que la caminata no se hace demasiado pesada.

No recuerdo el nombre del camping donde paramos, pero fue el mejor en el que estuve hasta ahora. Todo limpio y con mucho cuidado, tanto el parque como las instalaciones generales, tiene una especie de resto, donde te permiten consumir lo que cada uno lleva y también posee parrilla para usar.
Acá conocí una nueva modalidad de acampar, no necesitas traer carpa, te alquilan las del camping y sino, también puedes dormir en hamacas colgadas bajo una especie de quincho de madera.

 
Carpa que alquilamos, con techo y todo!



Otra obción de alojamiento, hamaca

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 Para venir, podés dejar la mochila grande en un hostel y así no estar tan cargado en la selva, además te alquilan carpas, por lo que no es necesario traer nada.
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La gente del camping es amable por demás, además de permitirnos el uso de todas las instalaciones, constantemente se acercan, nos hablan sobre el lugar y lo que hay para hacer, incluso nos acercan algunos consejos para apreciar mejor toda la flora y fauna que nos rodean.

Las peleas y gritos de los monos eran un constante a las 6AM



Tayrona es un Parque Natural Protegido que cuenta con una extensa selva tropical, una comuna de los habitantes originarios de la zona, y muchas playas al mar abierto.
Entre la avenida que llega hacia el parque y la zona cercana al mar y los senderos, hay unos 10km de selva virgen, sin explotar y sin el paso de ningún tipo de vehículo, de hecho lo almacenes traen sus mercaderías a caballo.
Todo lo que no encontré en el resto de las costas colombianas está aquí, extensas playas totalmente limpias y agua trasparente sin absolutamente nada de contaminación, en algunas de las bahías se encuentra un cordón de rocas que corta el oleaje lo que forma una especie de piscinas ideales para nadar y relajarse, también hay lugares con olas e incluso se puede hacer surf (hasta esas playas no llegamos).
Bajo el agua, la variedad de vida que nos rodea no se queda atrás, con nada más que gafas de snorkel pude ver peces de todos los colores y tamaños (un par demasiado grandes para mi gusto), diversos corales rojos, azules y amarillos y tortugas marinas. También se pueden observar Rayas, pero estas últimas no las alcancé a ver.







Sobre la playa encontramos montones de lagartijas y cangrejos azules y más adentro de la selva, iguanas, ranas (dicen que es la segunda más venenosa del mundo), monos y un par de bichos más (están todos en el álbum de fotos). Al principio cuando nos comentaron esto no me pareció que sería tan fácil ver tantos animales y tan diversos, pero lo fue, y eso que casi no recorrimos los senderos.



La ranita es más o menos del tamaño de un dedo pulgar, tal vez un poco más grande, se dice que es la segunda más venenosa del mundo.


Esta fue mi parada favorita, si pasan cerca del norte de Colombia o Venezuela, ni duden en venir, la combinación de selva y mar, y la calidez de la gente que habita y lo visita es exquisita (si, ya se, estoy sonando medio cursi-chamuyero, pero es una de las cosas que inspira este lugar.

Palmeras y cocos siempre a disposición

Una barrera de piedras corta el oleaje formando una "piscina de agua" perfecta para olvidarse de todo

La sucesión de acontecimientos fue bastante curiosa, nos queda un día antes de separarnos con mis amigos y decidimos ir hacia Bahía Concha otro sector del Parque Tayrona, esta vez más cerca de Santa Marta y con acceso de vehículos.
Tomamos un taxi hasta allí, el chofer nos deja en la playa luego de indicarnos lo peligroso de los lugares aledaños (contiguo a la ruta por la que fuimos se encuentra una de las zonas más precarias y con mayor tasa de robos del área).

El lugar es similar a las playas de días atrás; es el día de la madre por lo que no hay mucha gente, la mayoría lo pasa en familia.
Luego de pasar un día tranquilo, nos preparamos para partir, encontrándonos con que no hay vehículos que nos lleven de regreso. Teníamos entendido que a las 17 salía un bus, pero éste no estaba.
Sólo estaba una traffic presente que no dudó un segundo en levantarnos al ver la situación. Era de una empresa de turismo local con destino a Rodadero, una ciudad contigua a Santa Marta (donde estábamos hospedados).
 

Por momentos nos convertíamos en una atracción extra al recorrido de los demás turistas a la vez que intentábamos conocer más de la mano de quienes vivían allí toda su vida.

Entre charla y charla (los colombianos hablan muy rápido, a veces no entendemos lo que dicen) el guía nos ofrece dejarnos en Rodadero y, de paso, presentarnos su ciudad, la cual prometen es mucho más atractiva solo que recibe poca promoción de parte del gobierno para no bajar el turismo de Santa Marta. Inmediatamente se armo un clima de dejemos que fluya y aceptamos con gusto.


Además de contarnos mucho de la historia de Rodadero, algunos detalles de la ciudad, de Tayrona y de Santa Marta nos dieron la oportunidad de conocer el lugar al que de otra forma no habríamos ido. Rodadero es especial para visitar, la playa se encuentra con bastante gente pero no demasiada, a lo lejos se escucha algo de música, los vendedores están siempre presentes (de eso no nos salvamos). Frente a la playa, en las dos calles paralelas encontramos muchos negocios con artesanías, lugares para comer y hospedajes.
Por la noche la gente acostumbra sacar sus reposeras a la playa (iluminada y con música de fondo) y pasar la noche allí con familia o amigos. El ambiente general es ameno, invita a visitarlo.

 

Tal fue la impresión, que al día siguiente nos dirigimos nuevamente allí; lamentablemente no es muy conocido entre quienes visitan esta parte de Colombia, yo lo considero una parada más que interesante en todo itinerario.



Partimos de Cartagena destino a Santa Marta muy motivados (tal vez demasiado), nuevamente con la promesa de arenas blancas y aguas trasparentes que nos esquivó anteriormente (y nos esquivaría una vez más). Llegamos al hostel con el calor de la siesta y ni bien nos registramos apuntamos directo a la playa. Cuando nos emprendemos a partir recibimos dos consejos:

- Persona 1, parada al lado nuestro: “si van a la playa lleven lo de valor con ustedes, es más seguro que si lo andan dejando en el hostel”

- Persona 2, sentada en la vereda: “si van a la playa, dejen lo de valor en el hostel, porque allá no es seguro, les van a robar”

Aparentemente nos robarían en la playa, y si teníamos suerte de que eso no pase, nos robarían en el hostel (finalmente, ni uno, ni el otro).

Debo decir que desde ese momento me iba formando un preconcepto negativo del lugar, impulsado por los comentarios de sus propios habitantes; que luego desmentí con mis días conviviendo allí.


 

El centro dispone de unas calles lindas para caminar y varios bares que están muy bien para salir de noche. Fuimos a un boliche y algunos bares donde la pasamos genial. Excelente ambiente y carisma de toda la gente; conocimos a François, un francés que le ponía tremenda onda a todo, a Nasim y a Veronique, una francesa de la que me enamoré perdidamente (y ocasionalmente). Dicen que el amor habla el lenguaje universal pero en nuestro caso no pasó, definitivamente me va mejor chamuyando en cordobés porque entre mi francés y su español, ambos inexistentes, fracasé rotundamente en mis dos intentos por explicarle que mi corazón le pertenecía.. bueno, capaz que en ese momento mis intenciones no eran tan románticas.

Luego de unos días partimos al parque Tayrona, a ver qué onda.

CIUDAD AMURALLADA Y PLAYAS

En la época en que el territorio pertenecía a España, para proteger las joyas de la corona de los saqueos de piratas, se construyó toda una muralla en los alrededores de la costa, que hoy se conoce como la ciudad amurallada y es uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad junto con otras construcciones de la época como castillos y otras cosas que no me acuerdo (esto de la historia mucho no me va, y menos aún con mi cerebro pensando en la playa).





Dentro de la ciudad amurallada, se pueden apreciar la arquitectura colonial, calles angostas y empedradas. Es visible ya a lo lejos, el mantenimiento que se le hace a este barrio, algo que ni se asomaba por Getsemani. Aquí sí que no se ven los edificios rasgados y con la pintura caída. Los negocios están repletos de regionales y ropa ofertada especialmente para turistas y con precio acorde a la ocasión, bien lejos se encuentran de los precios que veíamos en Perú y Bolivia; me pareció muy similar al costo de las cosas en Capital Federal (comparando por ejemplo, el valor de algunos productos del Carrefour).






Tanto durante el día como en la noche se ve movimiento, pero característico del turismo de temporada baja; por la cantidad de negocios, seguramente suele venir muchísima más gente aquí. Hice algunos recorridos pero sin mucho interés, las calles comienzan a ser demasiado similares luego de un tiempo y no tenía intensiones de gastar como para estar entrando a los negocios.
Un detalle curioso que tiene es el montón de estatuas distribuidas por todos lados, algunos bustos y monumentos como los que se suelen ver normalmente y otos cuidadosamente esculpidos que denotan la precisión y dedicación de su manufactura, para quienes les gusta este tipo de cosas, seguramente se perderán con facilidad entre las distintas construcciones.





A unos 2km saliendo de la zona amurallada se encuentra el sector de playas con acceso al mar, acá tuve una segunda decepción; antes de decidir ir allí, íbamos googleando cada posible destino para formar aproximadamente la ruta y las fotos de las costas siempre se presentaban con explanadas arenas blancas y mar celeste; en vivo y en directo el panorama es un poco distinto, no es que sea malo, pero está lejos de lo que promueven (luego nos enteramos que para vender el turismo en Cartagena, siempre ponen fotos de San Andrés, una isla algunos kilómetros más al norte).

La playa es como una sucesión de bahías chicas; colmadas de gente en todos lados y plagada de vendedores ambulantes. Un comentario que sale a relucir con cualquiera que haya pasado por Cartagena es la necedad de los vendedores, que llegan en muchos casos a ser molestos y resultar demasiado pesados, provocando que los recibas a veces con mala gana y un humor no muy predispuesto.

El mar es medio estancado, con lo bueno y malo que esto tiene; por un lado el agua es totalmente calma, especial para estar largo rato dentro, y por otro le falta un poco de respiro como para cambiar un poco el aire.



Paralelo al mar, se encuentra la avenida comercial, similar a las que se ven en las grandes ciudades, una buena alternativa para regresar caminando al hostel (en Getsemaní, porque aquí hay hoteles con demasiadas estrellas para nuestro bolsillo).

No importa lo que digan, esto es un monumento al BRANCA de acá a la China


Tras algunos intentos por describir mis días en Cartagena de Indias (Colombia), me ví un poco enredado con mis propias palabras por contradecirme repetidamente.
El motivo: hay al menos dos zonas (las que ví) totalmente distintas dentro de esta ciudad con diferencias mucho mayores a sus similitudes, por lo que decidí dividir todo en 2 partes.

GETSEMANÍ

Llegamos a Cartagena por la noche, la madre de un amigo nos recomendó hospedarnos en el barrio Getsemaní y hacia allí nos dirigimos.
La falta de orden y cuidados estéticos en la calle y hogares; y el continuo murmullo de sus habitantes ante la previa de actividades de sábado a la noche me dio una sensación de inseguridad que se disipó rapidamente ya en los primeros metros recorridos por sus calles.

Antes de partir de Argentina leí un artículo en el diario que contaba todas las inseguridades de la ciudad y el peligro que es para los turistas e incluso para los locales adentrarse por algunas calles, por lo que debo admitir que mi sensación de inseguridad probablemente estaba aumentada por esta nota. Bien, esto no puede estar más lejos de lo que viví. 


El hostel donde paramos, con cocina, desayuno, y comodísimas hamacas paraguayas por menos de 20usd



Getsemaní es un tanto extraño, aquí se encuentran montones de visitantes y turistas low cost, una variada oferta de hostels y bares gastronómicos pero no vemos practicamente ningún extranjero por sus calles ni tiendas con paquetes turísticos ni paseos de compras, etc. Justamente el atractivo de este lugar es que conserva intacto sus características originales; durante el día la gente acerca sus reposeras a la vereda para combatir el calor mientras en los parques se ve gente jugando fútbol y softball.
Con construcciones de estilo colonial, edificios rasgados, pequeñas placitas y mucha música sonando desde las ventanas de los hogares, el paseo por este barrio es bien ameno incluso con la puntual llovizna de media hora que nos visita todos los días a las 9AM.

Al pasar encontramos algunas ventas de electrodomésticos, de artículos usados e incluso una especie de mercado, todo a tono con la autenticidad que emana de este barrio

El clima es caluroso y húmedo, haciendo un ambiente algo pesado para caminar por lo que todo paseo se ve cortado por la necesidad de un chapuzón; para llegar a la zona de playas y donde está habilitado el ingreso al mar nos faltan unos 2 o 3km, por lo que las caminatas por el barrio son siempre bien temprano o por la noche.


Tres de nuestros compañeros tenían en principio vacaciones por un mes más, pero con el ingreso de un nuevo Director en sus respectivos trabajos, se enroscaron un poco las reglas, y de un día al otro debieron regresar a Argentina cancelando el viaje por la mitad, cambiando sus vuelos (con los tremendos gastos que esto lleva) y generando un poco de angustia entre nosotros (en criollo, un embole) y a la vez resignación ya que en estos casos no queda otra más que regresar a la rutina a la espera de una nueva oportunidad para disfrutar del merecido descanso.

Cuando contamos esto a cualquiera de las personas con quienes compartimos en el viaje nos dan una respuesta contraria a lo que yo consideraba como sentido común, general de todos nosotros.
La gran mayoría, nos miran como si no entendieran que tuvieran que regresar, no comprenden que hubiera motivo con suficiente fuerza como para lograr que alguien interrumpa su viaje. "Y se volvieron?? Qué loco..." es la frase que suena ante nuestro relato con una mirada confusa que trata de entender una situación a la que no le encuentran sentido.

No hay duda (y acá me quedó bien claro) que el espíritu de los viajeros es bien distinto al resto de las personas.


En mi caso, una vez que terminé la secundaria comencé inmediatamente la universidad, trabajar, empezar a ver dónde me establecía y los todos los etcéteras corrientes que desde pequeños se instalan como modelos de vida.


Durante estos meses compartiendo con personas de todo el mundo, me encontré con situaciones bien diversas, lejos del estereotipo del trabajador de 8 horas diarias y con sólo 15 días de vacaciones al año.
Noté lo tremendamente acotada que estaba mi visión del mundo.
Hoy pienso de otra forma, no tanto como el  "Y se volvieron?? Qué loco..."; pero sí puedo decir que el convivir con pensamientos tan distintos a los que me rodearon toda la vida hicieron un click y seguramente cultivaron la semilla que ahora me lleva a recorrer el mundo sin mayores preocupaciones.



Por ahora el recorrido fue cumpliendo tal como estaba previsto, muy lindas las montañas, el salar, los centros históricos y las calles coloniales, pero para que tenga un verdadero sabor a relax, este viaje necesitaba (ya de manera urgente) algunas playas.

Y qué mejor lugar para alcanzar el verdadero climax que donde se consideró por mucho tiempo la meca de los mochileros en Sudamérica. Sí señores, llegamos a Montañita.



Dos opiniones rescatamos de quienes nos comentaban sobre Montañita:

- es el paraíso, totalmente tranquilo, relajado y con excelente ambiente nocturno para disfrutar en bares o en la playa.

- está bien, pero muuuuuy lleno de gente, demasiado ruido y movimiento le falta mucho en infraestructura a algunos lugares.


Debo decir, a manera bien personal, que mi conclusión se acerca mucho más a la primera y el lugar cumplió con las expectativas que ya tenía de miles de imágenes, videos y relatos vistos en internet.

La época de mayor movimiento corresponde (como en la mayoría de los lugares turísticos) a Enero-Marzo, con las vacaciones de los Sudamericanos y Agosto-Setiembre, con las vacaciones de los Europeos.

Yo fui en Mayo, por lo que estaba bien lejos de encontrar los montones de turistas merodeando que nos habían advertido.

Desde el primer paso fuera del bus ya se siente cierta atmósfera de falta de preocupaciones y tranquilidad acompañada por el sol brillando con fuerza,  clima caluroso en general, pero no agobiante como en las ciudades.

La gente local siempre está predispuesta a atendernos, el lugar es pequeño, tendrá unas 30 manzanas máximo y la mayoría son negocios u hostels preparados para recibir turistas todo el año.





Sobre las dos calles principales encontramos la mayor actividad tanto en el día, con restaurants y vendedores de ropa y artesanías; como en la noche con puestos ambulantes de cócktels, comida, bares y pubs.

A lo largo de toda la playa se extienden reposeras con sombrillas que se alquilan a 2usd por el día (no hay sombra natural, por lo que son una opción a tener en cuenta si te quedás muchos días).
Frente al mar, que por cierto se debe encontrar a no más de 10km del punto más lejano del pueblo, encontramos puestos de coctelería y pequeños bares (algunos incluso hacen de paradores) que acompañan con buena música los momentos en la arena.



Uno de los pilares de Montañita es el surf y se puede ver en cada rincón, además del montón de escuelas y negocios de alquiler y venta de tablas, todas las mañanas tanto locales como turistas marchan con sus tablas hacia las olas que, con más o menos altura, están presentes en la costa los 360 días del año.
Según dicen los que saben, éste es uno de los mejores lugares para aprender a surfear en el planeta y por supuesto no tardé en alquilar una tabla. Luego de toda una mañana de práctica, adquirí una destreza increíble y logré mantenerme unos 7 segundos semi-parado en la tabla aunque, como nos decía el profe: "paciencia y consistencia, eso es el surf".
Bien, montar una ola no es tan sencillo como lo muestran las películas, pero estar allí y sentir ese momento en el que el mar te lleva a su ritmo y la tabla fluye a compás con la corriente, como dirían los muchachos de mastercard, no tiene precio.




En los pocos días que estuvimos, adquirí una rutina poco más que envidiable: una pequeña caminata por el centro temprano (9AM), playa, mar, playa, mar, un poco más de mar y nuevamente al centro luego del atardecer cuando empieza el movimiento. 

A pesar de las numerosas opciones gastronómicas (para todos los gustos en variedades y precio) quedó en mi mente la ensalada de frutas que sirven en uno de los puestos, con combinación de frutas frescas y bien jugosas, yougurt, cereales y nutella era una tentación difícil de pasar por alto, sino miren:




Desayuno, almuerzo y merienda de cada día



Bueno, para finalizar esta entrada, los dejo con el sol que cada día actúa como el principal protagonista de todos los atardeceres.






La odisea comienza en la plaza de armas de Cuzco, además de las agencias de viajes “oficiales” (o por lo menos con oficinas a la vista), se encuentran varios vendedores deambulando por el centro, ofreciendo distintas variedades del mismo paquete. Por razones de tiempo y coste, decidimos realizar la visita by car, que incluye el traslado ida y vuelta desde Cuzco, con opciones de alojamiento y cena en Aguas Calientes y entrada a las ruinas. Agregando o quitando algunos ítems, el precio oscila entre los u$d80 y u$d120 siendo como siempre el precio más bajo si contratamos la menor cantidad de cosas posibles por agencias y luego buscamos todo por nuestra cuenta.

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Con la tarjeta internacional de estudiante ISIC CARD, 
tenés un 50% de descuento en la entrada al parque 
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La combi que nos trasladó desde la ciudad nos deja donde inicia el área protegida de Machu Pichu, allí su encuentran algunos puestos que venden comida, souvenirs y lo más importante: rompevientos impermeables. El sol y el cielo despejado me hicieron dudar seriamente de la necesidad de comprar uno, incluso con el guía insistiendo que llovería y finalmente lo compré (afortunadamente, pues “el que sabe sabe” y más tarde llovió).





Luego iniciamos una caminata de 2hs y media bordeando un río entre las montañas y vegetación semi-tropical. Si bien en un principio me pareció tediosa la idea de realizar semejante tramo a pie (más aún luego de unas 6hs viajando en una pequeña combi), el camino no tuvo desperdicio; además de buenos paisajes y un clima que acompaño (incluso con la lluvia que habían predicho), fue bien llevadero.
Pude descubrir y disfrutar otro atractivo que desconocía y recomiendo de Perú: sus verdes montañas (a decir verdad no estoy seguro si entran en la categoría precisa de montaña por su altura, pero digamos que lo son a los fines prácticos).

A medida que avanzamos se abren a nuestros costados algunos senderos tentadores, pero la premisa de que llegaremos de noche y sin luz al pueblo nos impide recorrerlos.
Ya en Aguas Calientes, compramos el ticket de entrada a Machu Pichu para el día siguiente y recorremos los alrededores, el lugar es acogedor, con muchas ofertas gastronómicas y algunos mercados de comida y artesanías.

Como no teníamos idea de cuánto nos íbamos a demorar en las ruinas y ante los consejos de nuestro querido guía que ya le había atinado a la premisa de la lluvia, decidimos estar al pie de la montaña ni bien abren el camino hacia la misma, a las 5AM. Luego debimos subir hasta la puerta de ingreso del parque para entrar finalmente 6:30AM.
Sí, leyeron bien, hay puerta de ingreso, también baños públicos, museo, restaurants y hasta gift shop, evidencia clara de que finalmente la globalización le llegaría incluso a los Incas.


Entre las paredes internas

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Es mejor ingresar al parque en las primeras horas, de esta forma se obtiene una mejor
impresión de la ciudad completa antes de ser invadida por montones de turistas
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Ya en la antigua ciudadela la vista de los alrededores es excelente, el lugar se encuentra conservado en perfectas condiciones con lo bueno y lo malo que conlleva: fue un poco extraño encontrarme con un trabajador de allí colocando con cemento algunas piedras flojas de “las ruinas”, esto le quitó el esplendor de conservación natural que había en mi mente para empezar a imaginarme máquinas de césped por todos lados manteniendo el pasto tan prolijamente cortado como lo veía. De hecho, según comentó alguno de los guías que escuché, sólo el 40% de lo que se observa se mantiene en el estado que se encontró, el resto fue reconstruido para recrear su aspecto original. En fin, éste debe ser el precio que se debe pagar para mantenernos fascinados a miles de turistas de todo el mundo.


Que vista no?

Aún no se sabe con exactitud el fin y la función que cumplían estas construcciones y fue muy interesante no sólo el conocer las distintas teorías, sino ver en directo algunos de los hallazgos en los que se basan las mismas y los diversos significados que le da cada rama de investigación a una misma construcción.

vista de lejos y de cerca de puente del Inca

En resumen la visita fue grata y me impresionó la dedicación que pone el gobierno peruano en su mantenimiento, pero me quedó un dejo de demasiado toqueteo contemporáneo que un poco opacó la imponente imagen del lugar.



Cuzco me enganchó antes de llegar a él, y es que allí se encuentra el lugar más alto para hacer bungee en América del Sur que, para los amantes de los deportes extremos no es un dato menor.

Llegamos un domingo temprano, la plaza central se veía vacía e impecable, el microcentro consta de calles y pasajes que conservan el estilo colonial (algunas construcciones se mantienen intactas) Entre sus ofertas encontramos regionales, muchísimos puestos de comida y por la noche montones de restaurantes, bares y pubs.




Un dato interesante para los viajeros: encontramos varios lugares donde ofrecían trabajo en gastronomía, en boliches y como puesteros ambulantes, no se qué tal el pago ni las posibilidades que da para ahorrar, pero en el hostel nos comentaron que allí muchos recargaban dinero para continuar el viaje.

Perú es conocido, entre otras cosas, por su gastronomía, y cumplió con creces en las dos ocasiones que pude degustar en restaurantes de categoría.
En el mercado central se puede comer por 1 o 2 u$d con postre incluido en algunos casos. En general tanto en Bolivia como en Perú se puede comer en los mercados re barato, pero OJO! sobran las personas que nos han comentado que alguno de su grupo no pudo hacer la excursión al Machu Pichu por estar mal del estómago (los cuidados bromatológicos obviamente no existen).
Afueras del mercado
plaza central


A unos 15 minutos en bus del centro se encuentra el parque de atracciones Action Valley (el chivo va gratis) donde entre otras cosas, se puede realizar un salto bungee a 100mts de altura (el más alto de América del Sur) y volar estilo hondera humana la misma altitud, no voy a intentar describir la sensación de esto último porque no creo encontrar palabras suficientes; si sos amante de la adrenalina como yo, no tengas dudas de que este es tu lugar.
Les dejo unos videos:













Uhuuuuuuuu!!!



El poco tiempo que estuvimos allí nos impidió llegar a conocer mucho de la ciudad y lo que vimos no hizo más que dejarnos con ganas de más. Luego de un par de semanas en pequeños poblados de Bolivia, la vida nocturna de Cuzco nos llama a gritos, pero debemos medir la billetera para continuar el viaje.

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